Nacieron conociéndose y siempre habían mantenido entre ellos una actitud de atracción y rechazo en proporción semejante. Su historia se escribió mucho antes de que se rodara la película homónima del director Carlo Verdone (2007) y de que se grabara el álbum del mismo título con canciones de Fito Páez y Joaquín Sabina (2008); además, el entramado de sus vidas resultaba mucho más complejo que el argumento de la peli o las letras del cedé.
Elías y Tino nacieron en un pueblo de la Castilla profunda, uno de esos lugares que parecen habitar un mundo paralelo, con sus propias leyes y costumbres, con sus arquetipos atemporales, totalmente desconectados de la realidad que a la mayoría del vulgo nos sirve como telón de fondo y en la que nos reconocemos como parte de un todo más o menos coherente.
Sin embargo, algo marcó la diferencia desde el principio: Elías era el hijo único del sacristán, un tipo algo tortuoso, forastero, que contaba que había sido seminarista en Salamanca; Tino formaba parte de la prole numerosa del herrero del pueblo, un sujeto primitivo, surgido de la misma llanura, cuyas raíces en el lugar eran al menos tan antiguas como la semilla del primer cereal que creció mirando al cielo limpio y frío de la meseta. Con lo difícil que es evitarse en un pueblo pequeño, nunca jugaron juntos de niños, pero se hicieron mozos midiéndose en la distancia, seguramente echando de menos cada uno lo que el otro tenía. Elías, el lado salvaje y montaraz, la imagen de fuerza de la naturaleza que representaba el hijo del herrero. Tino, algo que él nunca supo poner en palabras, pero que tenía que ver con la capacidad de entender y ordenar el entorno. Claro que cada uno podía vivir con ese vacío sin llenar, pero lo acusaban como una herida abierta que a nadie confesarían jamás ni siquiera bajo tortura.
La vida los separó en plena adolescencia. Elías se fue a la capital para continuar sus estudios y, siguiendo su pauta de carretera sin curvas y sin desvíos, continuó hasta el final. No tenía ninguna curiosidad científica. Era de esas mentes que creían que todo estaba ya inventado y que cualquier mundo pasado fue mejor, en especial, el grecolatino. Su propio destino le llevó a licenciarse en lenguas clásicas. Con toda probabilidad, no pensó mucho en Tino ni en el pueblo durante todo ese tiempo, aquel Tino que se había quedado atrás, perdido en el tiempo alternativo, sin oficio cierto, sobreviviendo a base de la caza furtiva y esquivando a los forestales cada vez que cobraba una pieza.
Pero algo debió de pasar, algo que Tino prefería silenciar y Elías no saber. O se cansó de cazar, o alguna de las escaramuzas se complicó demasiado y tuvo que salir huyendo. Y Tino apareció en Madrid. La capital era ya entonces muy grande y populosa. De haberse buscado, hubiesen tenido problemas para encontrarse. Pero la casualidad o el capricho hicieron que sus hilos se cruzaran en aquel laberinto. Fue un contacto breve. Elías, madrugador y sereno, preparaba las cátedras de latín. Tino, borracho como una cuba, trabajaba a ratos en el Matadero Municipal despiezando la carne que después se repartía por los mercados. Fue un encuentro fugaz en un amanecer helado. Luego, nada. Tal vez cada uno rebobinó su propia película, aunque nadie conoció sus conclusiones.
Elías obtuvo la cátedra de latín y un destino en Bilbao. No es fácil que pasen estas cosas, pero Tino apareció años más tarde en Bilbao, ejerciendo de enterrador, un oficio inquietante y escabroso que de forma rocambolesca volvía a atarlo a la tierra. Para entonces, Elías era ya bibliotecario en la Biblioteca Central y Tino había leído por lo menos a Julio Verne, porque ahora se hacía llamar Nemo. Era un vínculo que comenzó siendo frágil, pero también lo es la tela de una araña y, según la canción popular, en ocasiones ha servido para columpiar a un montón de elefantes. Así, el préstamo de libros se convirtió en la excusa perfecta para acercar aquellas dos voluntades condenadas a no entenderse. La rigidez moral de Elías, su meticulosidad y sentido del orden, su obsesión por la limpieza no hallaban encaje en el desaliño y la dejadez, en la relajación de costumbres y en la búsqueda compulsiva y desordenada de placer que gobernaban la cotidianeidad de Nemo.
Su relación se mantuvo siempre privada, con un punto de perversión sadomaso. Se reunían para discutir sin importar demasiado el tema, sabiendo de antemano que no alcanzarían acuerdo porque no compartían punto de salida ni destino, incluso aprovechaban las estaciones intermedias para echar unos pulsos. No importaba: era lo más cerca que podían estar de aquella atracción que los había estigmatizado desde la infancia, de aquel observarse desde la distancia deseando con vehemencia lo que al uno le había sido negado y el otro poseía. Estaban sentenciados a vivir como siameses que se odian y que, al infligir un castigo a su otra mitad, han de sufrirlo a la vez en su propia carne.
© E. Z., 22 enero 2010
Como ya los conocía de antemano no me ha llamado mucho la atención esta descripción de Elías y Tino-Nemo, aunque ayuda a encajarlos. Pero me queda una duda: dices que Elías no tiene ninguna curiosidad, ¿es eso compatible con su capacidad de entender el entorno, que Tino envidia?
No tiene ninguna curiosidad CIENTÍFICA, lo resuelve todo mediante interpretaciones filosóficas clásicas y, a veces, mitológicas. Ya sé que es algo inconcebible esta separación absurda que yo misma he padecido en mi formación académica y que vierto sobre él de forma exagerada. Además, los propios griegos abarcaban en sus estudios la física, las matemáticas, la astronomía y la filosofía, cosa bastante coherente. Pero Elías es un personaje rígido e inflexible. No es un sabio: sólo un erudito y sólo en una parcela. Tino-Nemo intuye que el bibliotecario va por delante de él, pero no es capaz de medir sus limitaciones (las de Elías)
Vidas cruzadas, lo que no une la sangre aqui no lo une el destino. Uno no escoge la familia ni el lugar donde se cria, pero si a los amigos. Pero a veces la vida te encierra y cierra lazos. Creo que eso debio de ocurrirle a estos paisanos que tan poco en comun tienen pero que parecen pedir a gritos calor humano.
Muy buen relato. Enhorabuena.
En realidad, son dos personajes a los que les estoy trabajando el perfil para ver si dan de sí como personajes de novela.
Gracias por tus apreciaciones, como siempre.
¡Cuanta realidad hay en esos dos personajes,Elias y Tito-Nemo!. Más de una vez me los crucé en mi camino, y más de una vez soñé con la idea de poder crear uno (real y tangible) con los dos.
Muy bien llevado el relato. El pueblo en la Castilla profunda y esas familias tan bien elegidas, el sacristan ex-seminarista y el herrero;¿ falso conocimiento y fuerza bruta? . No es de extrañar que los personajes se hicieran mozos»midiendose en la distancia» y llegaran a esa relación de enemigos intimos..deseando cada uno lo que le faltaba del otro.
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Síii…! Ha llegado perfectamente. Ahora mismo lo publico. Gracias