Bilbao, ciudad abierta surge como un homenaje a la villa que me vio nacer, en la que he pasado media vida y a la que vuelvo una y otra vez como quien regresa a la casa del padre.
En este momento, Bilbao es una ciudad en puro proceso de transformación. No es la urbe que conocí de niña ni la que probablemente será dentro de unos años, cuando todos los planes en marcha se hagan realidad. Los bilbaínos que hemos crecido en ella y con ella sentimos esos cambios como una muda de nuestra propia piel. Nos resignamos a sus apósitos temporales como la larva se conforma con la fase previa a la de mariposa.
Pero no son las infraestructuras las que me llevan a hacer un canto a mi cuna, sino su alma, esa sustancia inaprensible que todas las ciudades tienen y ésta también. Se trata de un sentimiento difícil de definir que se desprende de ella como un aliento que impregna cuanto toca, convirtiendo el espacio en ombligo del mundo, en eje axial que une la tierra con el cielo, y más tratándose de Bilbao, donde sobradamente conocido es el “chauvinismo” en este sentido.
Sin embargo, lo que enriquece la vida en la villa es su diversidad, esa mezcla de hombres y de mujeres, de orígenes diferentes, con problemas heterogéneos. Es todo ello lo que conforma un mosaico rico en matices, lo que le confiere su personalidad y le hace especial porque no se parece a ninguna otra.
¡De dónde surgió la idea de escribir esta colección de relatos con una cierta cohesión interna, con una corriente subterránea que les da unidad? Sin intentar emular a los grandes, de los que me separan años-luz de talento y de oficio, recordé la obra Dublineses, de James Joyce, leída en mi juventud, y envidié esa radiografía vívida que él realiza de su ciudad, descubriendo rincones y secretos que no figuran en las guías de viajes, historias personales que no trascienden a los medios porque no venden, porque forman parte de la “intrahistoria”, como le gustaba decir a Unamuno. Y a ello dediqué mi esfuerzo de todo un año, a narrar las vidas de esos héroes anónimos que tejen las crónicas de nuestro Bilbao.
El título obedece a una réplica homónima cinematográfica, “Roma, citá apperta”, de Fellini. Quiere expresar esa actitud de acogimiento que da cabida a toda clase de gentes, sin exclusivismos, mucho antes de que la globalización se pusiese de moda, con un carácter mucho más humano. Es cierto que “ser de Bilbao” supone algo especial, sobre lo que se hacen abundantes chistes incluso, pero también es algo que se puede aprender, que no obedece a códigos cerrados y que la ciudad ha adoptado a muchos hijos entusiastas que han llevado su nombre muy lejos.
Bilbao no siempre ha tenido el mismo talante, pero sí se ha distinguido en todo momento por su espíritu liberal frente a otras plazas más conservadoras, sobre todo, a caballo entre el XIX y el XX. Luego, tal vez vinieron décadas más retraídas: paradójicamente, cuando el industrialismo fue mayor, el ciudadano de a pie se mostró más remiso a los contactos internacionales. Hoy vuelve a ser una ciudad cosmopolita a la que el turista llega con curiosidad y de la que se marcha con agradecimiento.
Tradicionalmente, hay dos tópicos que definen a Bilbao: su excelente cocina y el carácter fanfarrón de sus habitantes. El primero no merece mayores explicaciones porque hace demasiado tiempo que adquirió el rango de verdad universal. El segundo también es así hasta cierto punto, pero esa peculiaridad nada tiene que ver con el engreimiento o el menosprecio a los demás. Es, más bien, un acto de afirmación y un componente más de su espíritu festivo, una forma de generosidad solapada bajo una contrafórmula exhibicionista para no coaccionar el aplauso de los beneficiarios.
Con todos estos ingredientes se ha cocinado la biodiversidad de los doce relatos que componen el conjunto de Bilbao, ciudad abierta, hasta convertirse en un repertorio de tipos, en una especie de fichero que reúne en un mismo espacio físico a seis hombres y seis mujeres que habitan en distintos barrios de la ciudad y cada uno de ellos tiene un conflicto por resolver. En ningún caso (¿) se llega a una solución definitiva, pero siempre queda abierto el camino a la esperanza.
Existe, además, un hilo conductor interno, de manera que el orden de relatos sólo puede ser el que es, porque cada personaje, dentro de su propio relato, establece alguna clase de contacto con el que será protagonista en el relato siguiente. Así se va creando entre ellos una vinculación a base de eslabones que les confiere solidez entre sí y con la ciudad que habitan.
El skater de Irala se centra en el adolescente Markel Esnal, que vive, como el título indica, en el barrio de Irala y se mueve, sobre todo, por ese barrio, aunque no deja de explorar otros. Sus preocupaciones y objetivos son los propios de la edad: concentra todas sus energías en realizar el “doble back side de 360º” en el aire. Al principio, es sólo cuestión de probarse a sí mismo y ensaya incansablemente con su amigo Adolfo. En ese proceso, se cruza en el metro con Ibrahim, el marroquí que protagonizará la siguiente historia. Sin embargo, el cambio cualitativo se produce cuando entra en escena Nagore, una chiquilla pizpireta que queda prendada por el estilo(¿) de Markel. A partir de ahí, el objetico del “skater” se convertirá en una tensión permanente entre tres polos: mantener la amistad con Adolfo, conseguir el “doble back side” y brindar este triunfo a Nagore. Todos los elementos van confluyendo hasta convertir el logro en una auténtica ceremonia de iniciación, un rito de paso que permite a Markel ingresar en la etapa siguiente.
La anécdota puede parecer intrascendente, pero he procurado enfocarlo desde el punto de vista del protagonista para mostrarlo en su justa proporción. Por otra parte, tampoco se trata de contar grandes historias, como he dicho antes, sino esa clase de acontecimientos que tejen la vida ordinaria de los ciudadanos y que, para quienes lo viven, son más importantes que una declaración de guerra o el descubrimiento de un nuevo planeta: Markel consigue su primer objetivo, y por ello le queda la esperanza de alcanzar el más importante, su primer amor, Nagore. El fondo de Bilbao arropando al héroe es el marco perfecto para presentar a la ciudad como un vientre dadivoso, un microcosmos en el que todo es posible.
Frío en el alma tiene como protagonista a Ibrahim Ben Kadish, un marroquí sin papeles que se ha cobijado en el barrio de San Francisco, una zona marginal y de mal vivir que funciona como un gueto. Desde su situación inestable y equívoca, participa en distintas peripecias y contacta con diversos personajes de su propia historia (es apresado en una redada, entabla relación con un tunecino, nos lleva hasta la mezquita de Bilbao…), pero también se cruza con Txomin Aretxabala, personaje central dl siguiente relato, con el que se encuentra de pasada en el Casco Viejo. Compartimos con Ibrahim su soledad, su añoranza y su frío constante, así como la profunda distancia entre el Norte y el Sur. También Ibrahim peregrina por la ciudad, nos lleva y nos trae, al principio con desconfianza, después cada vez con más seguridad. A través de sus ojos, Bilbao nos parece un lugar inhóspito cuando le escamotean los papeles la primera vez, cuando la gente le rehuye; pero poco a poco, la cosa cambia; igual que si fuese un personaje más, la ciudad evoluciona con él; luego, cuando parece que va a con seguir su documentación, vemos la ciudad desde la sensualidad de sus ojos sureños en los que alienta la expectativa de un futuro mejor.
En el culo del vaso enfoca directamente a un arquetipo bilbaíno, el “txikitero”, que en este caso se llama Txomin Aretxabala. Vive desde siempre en la calle Ascao del Casco Viejo y rara vez sale del barrio, donde tiene todo lo que necesita. ¿Todo? Se casó con Arantza tras un noviazgo al uso pensando fundar una familia tradicional, `pero ahí se frustraron sus planes al comprender que no podrían tener hijos. El “poteo” con la cuadrilla, vivido con el espíritu de un cofrade religioso respetando todos y cada uno de sus ritos, sirve de pantalla al conflicto que permanece latente, pero vivo, entre la pareja; hace años que dejaron de hablar sobre ello para no herirse. Txomin entierra en el culo del vaso de los “txikitos” toda su amargura por no poder ser padre. Arantza también ha buscado sus paliativos y así sobrevive esta pareja sencilla y, por lo demás, bien avenida. Hasta que un amigo plantea la posibilidad de la adopción, que al principio reciben con prevención y muchas dudas, pero paulatinamente van asumiendo. De momento, se deciden por acoger temporalmente a un niño de Chernobil y se vuelcan en este proyecto con una ilusión renovada. Más adelante, tal vez se atrevan a realizar una apuesta más fuerte: la adopción en toda regla. El vínculo con el relato siguiente es Amaia, la hermana de Txomin, que vive en otro barrio de la ciudad. En el culo del vaso tiene como marco el Bilbao de siempre, el más popular y tradicional, con sus costumbres seculares, lo que aún queda de la ciudad castiza y folclórica que fue.
Algunas canas prematuras se sitúa en el barrio de Indautxu y tiene como protagonista a Amaia Aretxabala. El foco del conflicto esta vez es Iker, hijo de Amaia y de Antón, un chico normal de una familia media que, como otros muchos, cae víctima de las drogas en un abismo cada vez más profundo. Se trata de reflejar el problema desde el corazón de una madre que, por encima de todo, se siente responsable y avergonzada, y vive los hechos como un fracaso personal. En ella, el amor se impone sobre cualquier otra consideración. Sin negar la realidad, trata de aliviarla, de proteger al hijo de las iras del padre, más propenso a perder el control. Cuando Antón echa a Iker de casa, es ella quien rastrea las calles como un sabueso, quien contacta con las instituciones para que lo busquen allí donde ella no puede llegar, quien tiene que convencer al marido para una hipotética reconciliación. No hay nada seguro, sólo la posibilidad de que entre en un programa de desintoxicación. Pero, después de meses perdido por las calles, Amaia lo recibe como una bendición y se fuerza a sí misma a creer que empieza una nueva etapa en su vida, convencional y sin sobresaltos, como siempre ha deseado. Su contacto con el personaje que protagonizará la siguiente historia, Celia Armendáriz, tiene lugar en la sucursal bancaria donde ésta trabaja. El escenario de un Bilbao donde llueve mucho o, por el contrario, hace un calor sofocante, se aviene perfectamente con el ánimo de Amaia, unas veces hundido, otras agostado.
Si tú me dices ven… es un relato agridulce en el que Celia Armendáriz pasa revista a su vida. Es una mujer que por alguna razón inexplicable no ha tenido suerte en su faceta afectiva y, a pesar de sus esfuerzos por demostrar lo contrario, lleva muy mal su soltería. Tuvo en su juventud un novio que abusó de su confianza y la dejó marcada para siempre, a tal punto que, incluso después de los años, estaría dispuesta a reanudar esa relación si él se lo pidiese: el primer amor que deja huella indeleble. Pero, en lugar de eso, malvive con un asunto esporádico y desesperado que mantiene con el viudo de su mejor amiga. Se cruza a última hora en su camino su jefe, de un nivel social superior, que se halla en pleno proceso de divorcio y con el que tampoco sintoniza. Acaba el relato no totalmente carente de esperanza, pero sin una realidad tangible. La ciudad permanece todo el tiempo con una atmósfera muy cargada, presa de una inesperada corriente sahariana que lo calcina todo, con la amenaza de una tormenta que no se sabe si llegará a descargar. El jefe, Ignacio Salazar, es el eslabón con el relato siguiente.
El talón de Aquiles ejemplariza al burgués bilbaíno de la Gran Vía, Ignacio Salazar, proveniente de “buena familia” y cruzado por matrimonio con una de las grandes fortunas del norte. En clave irónica, sale n a relucir todas sus mezquindades y carencias, su más que discutible jerarquía de valores, la importancia que conceden al dinero por encima de todas las cosas y su punto débil, aquello que más le dolería perder: su posición social. Para conservarla, es capaz de todo. Sus evaluaciones son siempre económicas, nunca afectivas. Conoce a Ana a través de un servicio de acompañantes. Ana está a un paso de obtener su título de odontóloga y supone el contrapunto de Sonia, la mujer de Ignacio. De pronto, las cosas se ponen feas en casa y en el trabajo a la vez. Salazar necesita una solución drástica y urgente. Ana se la proporciona en forma de veneno indetectable para quitar de en medio a su suegro. Parece que se va a restablecer el orden. No se trata de una salida moral, pero el asesinato puede resolver el conflicto de Ignacio. Bilbao encierra una fauna variopinta, después de todo. El centro de la ciudad sirve de marco a esta historia negra esquematizada. La ertzaina Alazne Larrainzar, con la que Ignacio contacta después de la denuncia interpuesta por Sonia, es el enlace con el siguiente relato. Esta es una historia fría, desapasionada e irónica que no intenta generalizar, pero sí desmitificar ciertos principios atribuidos a una clase social.
Una primavera anticipada está protagonizado por Alazne Larrainzar, una patrullera de la Ertzantza, casada y con dos hijos, que vive en el barrio de Basurto. Ingresó en el cuerpo idealizando la profesión, creyendo firmemente en la trascendencia de ayudar a la comunidad. Pero los turnos y las miserias que ve a diario van minando su ánimo y deteriorando su vida familiar. Recorre Bilbao patrullando con su compañero Javier Bidea. Asiste a una denuncia por violación, a un asalto a un café emblemático, a un disturbio callejero y a un suicidio desde lo alto del Puente de La Salve. Este último hecho le hace replantearse en serio su trabajo y solicitar un traslado a un puesto más burocrático. En todo momento cuenta con el apoyo y la comprensión de su marido. Ante ambos se abre un futuro más prometedor y la climatología parece que ayuda. Blas, el limpiabotas, al que interroga tras uno de los conflictos, abre el próximo relato.
El limpiabotas de “La Granja” es un homenaje a las gentes venidas a Bilbao desde otras partes de la geografía y que se han asimilado a la ciudad, apreciándola y queriéndola como otros bilbaínos más. Está personalizado en Blas Fonseca, a quien las circunstancias han llevado a hacerse cargo de una hermana, madre soltera de un niño deficiente. Después de haber trabajado un tiempo en la Naval, y debido a un accidente laboral, termina por desempeñar un oficio destinado a morir: limpiabotas del café “La Granja”. Pero Blas nunca pierde su dignidad. Se encariña con su nuevo trabajo y sacraliza el espacio que habita por medio de los eventos culturales que tienen lugar en su interior. Vive en el barrio de Rekalde, casi en el monte, y recorre la ciudad en autobús, ya que su pierna renqueante no le permite hacerlo de otro modo. Su preocupación constante es ese sobrino deficiente a quien tiene que asegurar sus cuidados para cuando su hermana y él falten. El relato se cierra con una promesa de las instituciones. En el café contacta con una estudiante que acude habitualmente a las tertulias y que dará continuidad a este lento recorrido por Bilbao.
Las fronteras invisibles tiene como protagonista a Ariane Urkiza, una estudiante de Bellas Artes que vive en Deusto y a quien el mundo de la creatividad interesa más que ninguna otra cosa, a pesar de las advertencias familiares de que no conseguirá vivir de ello. Inesperadamente, le sobrevienen unas crisis de ceguera en que el mundo se vuelve blanco a su alrededor y el terror le invade, porque necesita la vista para poder pintar. Es visitante habitual de museos. Ahí contacta con Goretti, una azafata del Guggenheim que dará continuidad al engarce entre los distintos relatos. Ariane, poco a poco, irá superando sus miedos y aprendiendo a vivir con esa amenaza de la ceguera que le ataca cuando menos lo espera. Pero de esos episodios surgirá un nuevo estilo pictórico que al principio nadie entiende, hasta que llega un profesor italiano que será quien le dé un impulso. Se entremezcla todo ello con un componente onírico para justificar la magia de la creatividad, su naturaleza inexplicable.
Colección Von Thyssen es la denuncia de un caso de acoso sexual en la persona de Goretti Mugarra, azafata de Guggenheim, que vive en el barrio de Santutxu, por parte del gerente Felipe Larumbe. Goretti cuenta con un problema añadido: que no puede comunicárselo a su marido, Adrián, un buen hombre, pero muy tradicional en cuanto a los roles de género. Adrián preferiría que Goretti no trabajase fuera del hogar. Si se llegase a enterar de la situación, sería capaz de cometer un disparate, porque funciona un poco a la vieja usanza, rigiéndose por el código del honor. Es lo que una y otra vez le explica Goretti a Adela, su compañera azafata. Entretanto, van a comer a diario al restaurante “Erreka Gure”, donde trabaja Marina como camarera, eslabón con la siguiente historia. Después de mucho pensarlo, Goretti madura un plan: se hace con una de las herramientas de la carpintería metálica de Adrián y procede a la emasculación de Larumbe cuando éste vuelve a acosarle el día de la presentación oficial de la “Colección Von Thyssen”, acontecimiento esencial para el museo. Lo que aquí se recoge es una fantasía muy común a muchas mujeres cuando nos planteamos qué nos gustaría hacer frente a un abuso de este calibre.
El fantasma Galtzagorri nos presenta a una Marina Garai, camarera del “Erreka Gure”, en Alameda de Mazarredo, pero que vive en el barrio de San Ignacio con su padre Leandro y su perro Ori. Leandro padece de porfiria, una rara y antigua enfermedad que ofrece una sintomatología muy compleja y confusa, con alteraciones graves de tipo muscular y neurológico, pero también con alucinaciones que parecen reales. Hasta tal punto que Leandro revive a un personaje que conoció en su infancia, el marino Galtzagorri, y lo convierte en un fantasma que vive en su casa. En una de sus escapadas, Leandro se pierde en Bilbao y es devuelto a casa por un vagabundo que engarzará con el último relato. El fantasma Galtzagorri va cobrando cada vez mayor entidad, hasta que Marina también lo ve y habla con él ¿ha heredado la porfiria de su padre?) y termina por encargarle al fantasma el cuidado de su padre. Un guiño de la fantasía en esta ciudad tan práctica y racionalista.
El vate vagabundo es la historia de un rebelde, un hombre aparentemente normal, poeta desencantado por la política de las editoriales y por una vida familiar insulsa que un día decide echarse a la calle y hacerse vagabundo. No pertenece a ningún barrio: es un peregrino por todos ellos. Se va cruzando con varios protagonistas de los relatos anteriores para darles cierta cohesión interna. Puede simbolizar la síntesis de todo lo anterior, un cierto vistazo a la ciudad, al tiempo que intenta reivindicar también la figura del vagabundo que a su pesar se siente ligado a la ciudad en que mendiga. Él, Dámaso Elorza, como sus compañeros, se siente fuera del sistema y, por ello, libre. Pero así como en otros casos el final del relato supone la esperanza de solución a u n conflicto, en éste se plantea uno nuevo: un censo de mendigos por parte del Departamento de Bienestar Social, lo que desde su punto de vista no deja de ser una amenaza.
Hay una última mirada evaluadora sobre Bilbao desde lo alto, a vista de pájaro desde el Parque Etxebarria, que es a un tiempo una declaración de amor y de odio hacia los seres a los que no se puede renunciar. En este caso, porque vivir lejos de la ciudad en la que se ha nacido es imposible y porque siempre se siente la querencia de una cita clandestina con esa amante fiel e ingrata a la vez.
© ESTHER ZORROZUA, Berango, 9 de junio de 2002.
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